AYUDANTIA DE DERECHO CONSTITUCIONAL

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2004/03/12

MENSAJE A GARCIA

ELBERT HUBBARD UN MENSAJE A GARCÍA (Traducción del inglés por Luciano Andrade Marín) APOLOGÍA Esta bagatela literaria, Un Mensaje a García, fue escrita una noche, después de comida, en una sola hora. Era el día veinte y dos de Febrero de mil ochocientos noventa y nueve, aniversario del naci­miento de Washington, y en los precisos momentos en que nosotros nos disponíamos a imprimir la edi­ción de Marzo de The Philistine. El asunto brotó cálido de mi corazón, escrito después de un día de prueba cuando yo había estado luchando por some­ter a algunos aldeanos un tanto delincuentes para que abjuren su comatoso estado y volverlos ra­dioactivos. La inmediata sugestión provino, pues, de un peque­ño argumento agitado entre el ambiente de unas tazas de té, cuando Bert, mi pequeñuelo, sugirió que Rowan fue el verdadero héroe de la Guerra de Cuba. Rowan había ido solo y solo cumplió con su encargo: él llevó el mensaje a García. ¡Se me vino esto como un relámpago! Sí, el niño tiene razón; el héroe es el hombre que hace su trabajo: aquel que lleva el mensaje a García. Me levanté de la mesa y escribí Un Mensaje a García. Pero me preocupé tan poco del artículo, que lo editamos en el magazín sin ponerle título al­guno. Salió la edición, y pronto comenzaron a llegar pedidos por ejemplares extras del número de Marzo de The Philistine: una docena, cincuenta, un cien­to; y, cuando la Compañía Americana de Noticias solicitó un mil ejemplares, yo pregunté a uno de mis ayudantes cuál artículo era el que había removido tanto el polvo cósmico... él me contestó: "Aquel asunto sobre Garda". Al día siguiente vino un telegrama de George H. Daniels, del Ferrocarril Central de Nueva York, que decía: "Denos el precio de cien mil ejemplares del artículo de Rowan impreso en forma de folleto, con un anuncio del Empire State Express al reverso, y díganos con qué plazo puede embarcárnoslo " Yo le repliqué dándole el precio e indicándole que podríamos proveerle con los folletos sólo dentro de dos años, pues, nuestras facilidades de impresión eran tan pequeñas, que la edición de cien mil ejemplares nos parecía una tremenda empresa. El resultado fue que yo concedí permiso a Mr. Daniels, para que él reimprimiera el artículo a su gusto. El lo editó en forma de folletitos en ediciones de medio millón. Dos o tres de estos lotes de medio millón fueron distribuidos por Mr. Daniels y además de ello, el artículo fue reproducido en más de doscientas revistas y periódicos. Ha sido también traducido a todos los idiomas que tienen escritura. Al tiempo que Mr. Daniels estaba distribuyendo el Mensaje a García el Príncipe Hilokoff, Director de los ferrocarriles de Rusia, se hallaba en los Estados Uni­dos. El era, entonces, huésped del Ferrocarril Central de Nueva York, e hizo un viaje por el interior del país bajo la dirección personal de Mr. Daniels. El príncipe vio el librito y se interesó en él, quizá más porque Mr. Daniels lo estaba distribuyendo en tan enormes canti­dades, que por cualquier otra cosa. Sea como fuere, cuando el Príncipe volvió a su pa­tria, lo hizo traducir en ruso y distribuyó un ejemplar del folleto a cada empleado ferroviario de Rusia. Entonces otros países también lo adoptaron, y des­de Rusia pasó a Alemania, Francia, España, Turquía, Indostán y China. Durante la guerra entre Rusia y Ja­pón, cada soldado ruso que salía al campo de batalla llevaba consigo un ejemplar del Mensaje a García. Los japoneses al encontrar los folletos en posesión de los prisioneros rusos dedujeron que debía ser algu­na cosa buena, y lo hicieron traducir en idioma japo­nés. Y, por una orden del Mikado, se dio una copia de dicho artículo a cada empleado del Gobierno, soldado o civil. Más de cuarenta millones de ejemplares' de Un Mensaje a García han llegado a imprimirse1. Se di­ce que esta es la circulación más grande que la que jamás ha alcanzado cualesquier otra aventura litera­ria, en toda la Historia, gracias a una serie de afortu­nados accidentes. ELBERT HUBBARD Después, durante la Guerra Europea, tres potencias aliadas distri­buyeron millones de ejemplares de Un Mensaje • García entre sus soldados, en las trincheras. (Nota del Traductor, tomada del "Roycrolt", de junio de 1942, magazín editado por los sucesores de Elbert Hubbard.) ELBERT HUBBARD UN MENSAJE A GARCÍA Entre todos estos acontecimientos de la Guerra de Cuba, aparece la figura de un hombre que des­cuella en el horizonte de mi memoria como el plane­ta Marte cuando brilla en su perihelio. Al estallar la guerra entre España y los Estados Unidos, fue muy necesario el comunicarse sin pérdi­da de tiempo con García, el jefe de los insurgentes cubanos, que se hallaba, -¡quién sabe dónde!- en al­gún lugar recóndito de las encrucijadas montañosas de Cuba, y fuera de todo alcance del correo y del te­légrafo. El Presidente Me Kinley de los Estados Uni­dos debía, sin demora, asegurarse de la coopera­ción de García. Qué hacer en este caso? Alguien le dijo al Presidente: -"Si hay quien pueda dar con el paradero de García, ese es un individuo llamado Rowan, el que seguramente lo hallará". Llamaron a Rowan y le dieron una carta para que se la entregara a García. De cómo este, audaz men­sajero tomó la carta, la puso dentro de una bolsita de hule y atándosela sobre su corazón navegó cua­tro días en un bote abierto hasta desembarcar por la noche en las costas de Cuba, y, luego desapare­ciendo internado entre las selvas en tres semanas de viaje, asomar al otro lado de la isla habiendo atra­vesado a pie un país hostil, y de cómo hubo por fin, entregado su carta a García, son cosas que no de­seo relatarlas ahora en detalle. Lo que quiero hacer constar es sólo esto: Mr Kinley dio a Rowan una carta para que se la entregara a García: Rowan to­mó la carta y no preguntó: "¿Dónde está García?" ¡Para gloria del Eterno! He allí un hombre cuyas formas debieran ser vaciadas en el bronce inmortal y su estatua colocada en cada colegio de nuestro país. No es sólo la sabiduría de libros lo que necesitan los jóvenes, ni la instrucción sobre esto o aquello, si­no el recibir un buen temple de la columna vertebral para que les impulse a ser leales y exactos en aque­llo que se les confía, a obrar con presteza y resolu­ción, a concentrar vigorosamente sus energías, a cumplir una cosa: llevar un mensaje a García. El General García ha muerto ya, pero hay mu­chos otros Garcías. Todo aquel que se ha esforzado en llevar adelan­te una empresa determinada en la que se necesita del concurso de muchos individuos, a menudo ha tenido ocasión de comprobar, lleno de desengaño, la imbecilidad del promedio de los hombres, su inca­pacidad o mala gana para concentrar su energía mental y física en una cosa y hacerla. Una floja ayuda y estúpida desatención, una cruel indolencia y fría ejecución del trabajo, parecen ser la regla en estos casos. Y ningún hombre logra el éxito en sus propósitos, a no ser que, de buenas o de malas, con amenazas o por medio de astutos ar­tificios no incita y se impone a los demás hombres para que le ayuden eficazmente; excepto cuando Dios en su infinita bondad no realiza un milagro y le envía un ángel de luz como su ayudante. Ponga usted a prueba, lector, este asunto. Si está usted en su oficina y tiene seis amanuen­ses al alcance de su voz, llame a cualquiera de ellos y dígale: -"Consulte en la Enciclopedia y prepare un breve memorando acerca de la vida de Corregio, que lo necesito". Le dirá el amanuense: -"Sí, señor", ¿e irá racional­mente a su tarea? A fe de su vida que eso no lo verá usted, sino que el amanuense se pondrá a mirarle a usted como un tonto y a hacerle quizá una o varias de las si­guientes preguntas: -¿Quién era Corregio? -¿Cuál Enciclopedia? -¿Dónde está la Enciclopedia? -¿Estoy, acaso, empleado para esto? -¿No quiere usted decir Bismarck? -¿Por qué no le manda más bien a que lo haga Fulano? -¿Es de algún apuro la consulta? -¿No gusta mejor que se lo traiga el libro para que busque usted mismo lo que desea? -¿Para qué quiere usted averiguar eso? Apostaría yo diez contra uno, que después de que usted le haya contestado a sus preguntas y ex­plicado la manera de hallar los datos y la razón por la cual usted los necesita, Frá todavía su amanuense a donde los demás empleados a suplicarles que le ayuden a "buscar a García" y, al fin, volverá a usted con la nueva de que no existe tal individuo. Por cierto, pudiera ser que yo perdiera mi apues­ta pero, según la ley de las probabilidades, tal vez que no. Si usted es prudente, no se tomará entonces la molestia de explicar a su amanuense que el nombre de Corregio no lo ha de hallar en el índice bajo la le­tra K, sino bajo la letra C. Sólo tendrá que sonreír afablemente y decirle: -"No importa, lo buscaré yo mismo". Y, esta incapacidad para desempeñarse inde­pendientemente, esta estupidez moral, esta anemia de carácter, esta pobreza de voluntad para acome­ter animosamente un propósito y realizarlo a todo trance, son causas que alejan al Socialismo puro a un futuro muy distante. Si los hombres no pueden desempeñarse por sí mismos y para sí mismos, ¿qué podrán hacer cuando el beneficio de sus es­fuerzos tengan que compartir con los demás hom­bres? Parece que la presencia de un capataz, garrote en mano, fuese necesaria, y el temor de que el sába­do por la tarde los despidan es, quizá lo único que mantiene a muchos trabajadores en sus puestos. Publique usted un anuncio solicitando un estenó­grafo, y nueve individuos de diez que se presenten a su demanda, no sabrán ortografía ni puntuación, y aún creerán que no es necesario saberlas. ¿Podrá un individuo de esta clase escribir una carta a García? -"¿Ve usted ese contabilista?, me decía una vez el jefe de una gran fábrica. -"Sí, y ¿qué hay con él?" -"Pues, bien; es un excelente contabilista, pero si se lo envía a la ciudad a desempeñar alguna comi­sión, aunque pudiera ser que vaya a cumplir de bue­na voluntad, podría también suceder que se distrai­ga en cuatro tabernas por el camino, y que al llegar a la calle principal no se acordara ya del encargo que se le dio". ¿Puede a un hombre así confiársele un mensaje a García? Recientemente hemos visto manifestarse muchas falsas simpatías por los pobres ganapanes de los ta­lleres, lo mismo que por los vagos sin hogar que merodean en busca de un empleo decente y, con mucha frecuencia, van esas simpatías acompañadas de duras recriminaciones contra los patrones, sin que se pronuncie una sola frase en favor del jefe, prematuramente envejecido en su constante lucha y vano empeño para lograr que ejecuten inteligente la­bor subalternos incorregiblemente inútiles e ineptos ayudantes que sólo esperan verle volver las espal­das para abandonar sus tareas y desertar de sus de­beres. En todo almacén, oficina o fábrica se va efec­tuando un incesante proceso de limpieza de malas hierbas. El jefe despide continuamente a los em­pleados que han demostrado su incapacidad para hacer progresar los negocios y contrata en su lugar los servicios de otros individuos. Por buenos que sean los tiempos, ese sorteo continúa sin interrupción; pero, si los tiempos son malos y el trabajo escasea, la selección es más es­crupulosa y los incompetentes e indignos, al fin aca­ban por desaparecer. Es la superviviencia del más apto. El interés personal es el mejor consejero del patrón para conservar únicamente a los mejores empleados: aquellos que saben llevar un mensaje a García. Conozco a un hombre de excepcionales cualida­des, pero que no tiene suficiente habilidad para ma­nejar sus propios negocios, y el cual, a pesar de sus buenas condiciones es, sin embargo, un empleado inservible por llevar dentro de sí la malsana sospe­cha de que el superior lo oprime, o que al menos, trata de oprimirle. No sabe dar órdenes, ni tampoco recibirlas. Si se le confía un mensaje para llevarlo a García, su respuesta probablemente será: "¡Llévese­lo usted!" Actualmente este individuo vaga por las calles en busca de trabajo, mientras el viento penetra por los intersticios de su raída chaqueta, sin que haya quien se atreva a emplearlo porque es una verdadera tea de descontento y de discordia. Es, como todo char­latán, impermeable a la razón, y sólo es capaz de impresionarle la punta guarnecida de una bota nú­mero cuarenta y cuatro. Por supuesto, bien sé que un individuo así, tan deformado moralmente, no es menos digno de con­miseración que un inválido; pero, en nuestra lástima, derramemos también una lágrima por los hombres que se desvelan por llevar adelante una gran empre­sa, cuyas horas de trabajo no están limitadas por el pito ni la campana, y cuyos cabellos van rápidamen­te encaneciendo en la cruel lucha para poner a raya a la cobarde indiferencia, a la torpe imbecilidad y a la desalmada ingratitud de aquellos que, si no fuera por esa empresa, carecerían de pan y de hogar. ¿Tal vez he expuesto el caso con excesiva crude­za? Posiblemente que sí; pero, mientras todo el mun­do extiende su conmiseración solamente sobre cier­ta clase de desventurados, séame permitido pronun­ciar siquiera una palabra de simpatía para el hombre que triunfa, para aquel que, venciendo grandes tro­piezos, ha dirigido los esfuerzos de otros hombres, y, como único resultado, después de tanta lucha, apenas obtiene para sí una vida de estrecheces y de mezquinas comodidades. También yo he comido el escaso cuanto duro pan de la pobreza, he vivido a jornal la vida de la muchedumbre asalariada, y además he sido des­pués patrón, empleador de hombres, y sé que algo puede decirse en pro y en contra de unos y otros. La excelencia no existe PORQUE SI en la pobreza; los harapos no representan certificados de honra­dez; y, ni todos los patrones son rapaces y ruines, ni son todos los pobres virtuosos. Mi corazón palpita de simpatía por el hombre que, con igual fidelidad ejecuta su trabajo cuando el jefe está presente que cuando no lo está. Y el hombre que cuando recibe una carta para García, la toma tranquilo y resuelto, sin hacer pre­guntas estúpidas, sin abrigar la perversa intención de arrojar la misiva en la primera cloaca de su cami­no, preocupado sólo de entregarla, ese hombre nunca se ve despedido ni necesita declararse en huelga para conseguir aumento de sueldo. La civilización, justamente, no es más que una larga, desesperada, ansiosa investigación en busca de tales individuos. Un hombre de esas condiciones obtendrá cuanto solicite y aspire. El es indispensa­ble en toda ciudad, aldea o poblado, en toda oficina, taller, almacén y factoría. El mundo entero clama y ansia poseer individuos de ese temple, porque se necesita, se necesita urgentemente, a toda hora, al hombre que pueda llevar un Mensaje a García.